Si ayer destacaba su bondad, hoy voy a resaltar su cercanía y ese saber estar con todos y cada uno de forma tan personal, tan franca y tan estrecha.
Fue un gran profesor, daba sus clases con una sabiduría inigualable, un Sócrates de nuestro tiempo, pero en las distancias cortas se crecía y se agigantaba. Su enorme corpachón parecía dar cobijo a toda esa ternura con que sabía acoger y tratar a la persona que tenía enfrente. Si, además, lo hacía con su entrañable sonrisa, cálida y franca, sencilla y rebosante, su interlocutor parecía que se hallaba en el mismísimo cielo, que es donde ahora debe estar disfrutando de la gloria bien merecida.[Best_Wordpress_Gallery id="2617" gal_title="Alegre"]